Thursday, February 7, 2008

Claro de luna

Como es costumbre en los inviernos del medio oeste norteamericano, ese sábado estaba cayendo una pequeña llovizna que las bajas temperaturas congelaban. Nuestro recorrido desde el estacionamiento hasta el auditorio fue toda una odisea en la que agarrándonos el uno al otro intentábamos no resbalar. Apenas entramos al edificio, dejé toda mi frustración a un lado al ver una buena cantidad de personas esperando a que comenzara el concierto. Vimos a algunos de sus amigos y amigas, y a los que me supongo serían algunos de sus profesores. Fue emocionante ver tanta gente un sábado a las once de la mañana con un clima tan desastroso. Después de hablar con algunos de los asistentes nos sentamos en primera fila. Yo no podía esperar más. Fue entonces cuando él salió, elegante, hizo una reverencia al público y se sentó en frente de un piano que brillaba inmaculablemente. Yo cerré mis ojos y con su música me transporté al pasado, recordé lo difícil que fue para mi acostumbrarme a ser un padre, un esposo, en terminar mi tesis, en todas las veces que sacrifiqué tiempo en el que pude haber jugado con él, porque tenía que sentarme en frente de mi computador para tener un diálogo con el alma de Mejía Vallejo. Todas estas y muchas memorias se vinieron a mi cabeza hasta que empezó a tocar la sonata “Claro de luna” de Beethoven. En ese momento comencé a llorar y no paré hasta que terminó de tocarla porque fue entonces cuando me di cuenta que TODO había valido la pena.