Wednesday, May 5, 2010

Diez cosas


Cosas para hacer hoy, día de tu cumpleaños:

1. Darte muchos besos cuando te despertés, aunque sé que estarás enojada porque tenés hambre.
2. Darte el tetero y dejarte dormir en mis brazos mientras te abrazo y te doy besos.
3. Levantarme y sacarte de la cuna, darte más besos y abrazos, y llevarte a la sala, para que abracés a todos tus peluches, en especial al perro que es más grande que vos.
4. Apenas se levanten tu mamá y tu hermano, te damos uno de los regalos, para que lo abrás destruyendo el papel regalo.
5. Llevarte a la guardería, y darte muchos besos y abrazos cuando tu hermano y yo nos despedimos.
6. Pensar todo el día en vos.
7. Recogerte en la guardería, y disfrutar lo contenta que te ponés cuando llego a recogerte. Darte más besos y abrazos.
8. Cuando lleguemos a casa, tu mamá nos estará esperando con tu torta de cumpleaños para tomarte muchas fotos.
9. Ya cuando te vas a dormir, mientras te doy el tetero, te daré muchos besos, y te diré lo maravilloso que ha sido el último año, pues no te alcanzás a imaginar lo felices que nos hacés a todos.
10. Feliz cumpleaños princesa.

Monday, April 19, 2010

El tiempo pasa


Para mí el tiempo es algo fascinante. Cuando estamos haciendo algo aburrido, los minutos duran más de sesenta segundos, pero cuando hacemos algo que nos gusta, duran menos. Con los instrumentos que uso en mi trabajo pude determinar, en realidad, cuantos segundos hay en cada minuto. Debo admitir que aunque tenía grandes expectativas, nunca llegué a imaginar los resultados que obtuve después de dos meses de trabajo. Antes de hablar de los resultados, quiero explicar cómo realicé la investigación. Publiqué un anuncio en mi página Web en el que decía que buscaba personas interesadas en participar en un estudio sobre la felicidad y el aburrimiento. Para mi sorpresa, recibí más solicitudes de personas felices, lo que hizo más difícil la selección pues se requería una cantidad igual para felices y aburridos. La primera reunión que tuve con el grupo fue fascinante, comenzó con una discusión, un poco fuerte para mi gusto, sobre quiénes eran aquellos que pasaban más segundos en un minuto aburridos, y también los que pasaban menos segundos felices. En la siguiente reunión determinamos los escenarios en los cuales usaríamos los relojes instrumentales; y finalmente compartimos los resultados que aquí relaciono:
Los segundos en un minuto varían dependiendo del ánimo de cada persona, además del lugar donde se miden y con quién se mide. Por ejemplo, una pareja de esposos, ambos parte de mi estudio, asistieron a ver una película extranjera y el reloj instrumental de la mujer marcó 13 segundos por minuto, mientras el del hombre marco 48 segundos por minuto. Cuando les pregunté cómo se sintieron durante la película, la mujer me contó que la película “le había llegado al alma porque cuando niña había tenido una experiencia similar”. Ante la misma pregunta, el hombre me contó que aunque le gustó la película, se le “hizo un poco lenta”, no obstante aclaró que le gustó ver esa película con su esposa.
Sé que no lo notaste, pero ayer cuando fuimos a Maine, mientras estábamos en LL Bean, utilicé uno de los relojes instrumentales de mi laboratorio. Pude notar que cuando estábamos jugando juntos, con tus botas nuevas, el reloj marcó 5 segundos por minuto. Luego apliqué una de mis fórmulas matemáticas que tanto te aburren, y determiné que aunque tenés cerca de ciento cincuenta y ocho millones de segundos de vida, mi reloj instrumental sólo ha marcado menos de trece millones.
¡Gracias por hacerme tan feliz!
Feliz cumpleaños

Monday, March 8, 2010

El cartero


Cuando quiero pensar en lo que habría hecho diferente en mi vida, muchas cosas se me vienen en la cabeza. Me habría gustado ser pintor, o músico, o ser el dueño de una librería que venda libros (valga la redundancia) de segunda, o trabajar de mesero en un café como el Tortoni en Buenos Aires. Pero de todas estas profesiones, que me supongo nunca tendré, hay una que se destaca, el ser cartero. Mi amor a esta profesión llegó a su punto más alto cuando vivimos en Chile en 1989 y siempre recibíamos con ansia a aquel hombre (de quien nunca supe su nombre), quien nos traía noticias de Colombia. Luego que volvimos a Medellín, el cartero era un ser invisible, impersonal, que dejaba las cartas en la portería, para que el portero (valga nuevamente la redundancia) después de hacer un gran escrutinio (leer las carta y postales) nos haría llegar la correspondencia que no era tan abundante como cuando vivíamos en Chile. Hoy en día el cartero, el que yo idealizo, casi no existe. Este ser (si se le puede llamar así) corresponde a un servidor de Hotmail, Yahoo o Gmail (entre otros) en algún lugar del mundo. Pero esta no es la profesión que me gustaría tener, yo quisiera ser un cartero de los tradicionales. Me gustaría ser el cartero que le entregue la carta tan ansiada al protagonista de El coronel no tiene quien le escriba; o ser el Mario Ruoppolo que le lleva las cartas a Neruda durante su exilio en Il Postino; o ser el Gordon Krantz que, a través del transporte de cartas, revive la ilusión de una población pos-apocalíptica que ya ha perdido la esperanza en The Postman. Sí... me hubiera gustado ser un cartero, pero no con el que me molestaban cuando estaba en el colegio, no me gustaría ser el cartero de Tangamandapio.

Thursday, February 25, 2010

La casa de la 33



Siempre me he considerado de una familia de nómadas. Desde que tengo memoria nos hemos mudado de casa, en promedio, cada tres años. Yo, de adulto, he seguido esa tradición; es así cómo en los últimos diez años, no he vivido en el mismo lugar por más de tres años. Cuándo era joven, pensaba que nuestros cambios se decidían arbitrariamente, casi sin pensarlo. Hoy he cambiado de opinión, y me doy cuenta que hay muchos factores que influyen en estos cambios y que no son decisiones tan arbitrarias como lo pude haber pensando hace veinte años. Es así como las casas o los apartamentos donde vivimos iban y venían, una que otra memoria se quedaba, pero nuestras vidas continuaban.

Sin embargo, esto no sucede con la casa de la 33. Mis papás la compraron en 1982 y estuvimos allí hasta 1988. La casa tenía diferentes niveles, un garaje con puerta automática (lo que fue toda una novedad), tenía un zarzo (del cuál creamos leyendas de monstruos que dormían allí durante el día y salían durante la noche), y tenía un patio gigante (para mi edad), que se convertiría, por años, en una cancha de fútbol. Me acuerdo de partidos jugados con primos y amigos. Luego, mi papá hizo construir un asador, donde cocinábamos casi todos los sábados, y hasta me acuerdo que mi mamá pinto chorizos, chuzos, carnes, arepas y, para nuestra dicha, les puso precio a cada uno de ellos. Este asador se convirtió en una de las porterías de nuestra idealizada cancha de fútbol. Esta casa también tenía una pajarera, que luego se transformaría en una casa de muñecas, y durante los diciembres sería el lugar donde armaríamos el pesebre.

Dejamos la casa por motivos de seguridad. Un domingo por la tarde/noche se intentaron entrar los ladrones, y sin importar las rejas que se pusieron a la entrada, nos mudamos a un apartamento, más pequeño, con menos cuartos y sin una cancha de fútbol. Cuando me era posible, siempre intentaba pasar por la casa, y en cuestión de segundos, tratar de revivir todas aquellas memorias de los seis años que vivimos allí.

Hace cuatro años, cuando estuve en Medellín, volví a pasar por el frente de la casa, que ya no es una casa, sino un almacén de muebles. En la transformación de casa a almacén, tumbaron algunos de los muros que daban a la calle y pusieron vidrios que permiten ver no sólo los muebles que se quieren vender, sino el interior de algunos de los cuartos. Inicialmente sentí nostalgia por la casa que ya no es, pero después, con calma, pude disfrutar mirando y recordando el interior del que fuera mi cuarto.

Wednesday, January 6, 2010

Diez años después

El tiempo puede ser algo relativo. Algunas veces podemos estar esperando por cinco minutos y pensar que es una eternidad, y en otras visitamos un país por dos semanas y no nos damos cuenta de cómo pasó el tiempo de rápido. Hoy hace diez años comenzó mi exilio voluntario. Mis planes no eran muy claros, quería aprender inglés y luego estudiar algo relacionado con mi profesión en Colombia. Las cosas no sucedieron cómo las había planeado. Hoy, cuando miro en retrospectiva, me doy cuenta que nunca llegué a pensar que me iba a tener que poner un sombrero y cambiar mi voz para ser Woody el vaquero amigo de Buzz. Tampoco imaginé que me iba a mojar mientras era una foca leopardo que se intenta comer a un escurridizo pingüino de nombre Mumble que no sólo siempre escapa, sino que termina derrotándome mientras baila. Mucho menos se me pasó por la cabeza que cuando insistiera que yo quería ser Batman en lugar de Robin, mi hijo respondería: “Papá, mi nombre comienza con ‘B’ por eso yo siempre seré Batman”



P.D. Este video me lo pasó mi hermana y me identifico plenamente con él. Pido disculpas por la parte comercial al final del video, pero lo coloco porque el contenido vale la pena.