Monday, July 1, 2013

¿A qué edad comienza la nostalgia?


Siempre me han alabado la memoria que tengo, incluso mi esposa dice que yo me acuerdo del día en que nací.  Aunque si considero que tengo cierta facilidad para recordar cosas del pasado, más que una cualidad, lo considero un estilo de vida.  Esto se debe a que yo vivo en el pasado: tengo nostalgia por cosas que me sucedieron ayer, hace un año, hace diez, hace veinte años… y al hablar de nostalgia, se me viene a la memoria una escena de la película argentina Despabílate amor (1996).  En ésta, un niño le pregunta a su madre: “¿A qué edad comienza la nostalgia?” Yo creo que puede comenzar desde muy pequeño.  O por lo menos yo la he tenido desde que me acuerdo, desde mis primeras memorias en 1977 cuando vivíamos en Cartagena.  En ese entonces era el único hijo y mis papás siempre me llevaban a todos los lugares que ellos fueran.  Me acuerdo del restaurante “El galeón” que quedaba dentro de un barco.  Me acuerdo de los cangrejos que se escondían detrás de los tanques de gas que teníamos en el solar de nuestra casa en el barrio Crespo.  Me acuerdo de lo cerca que quedaba el mar.  Me acuerdo de una vez que me enviaron solo a Medellín, y el avión hizo escala en Barranquilla, y yo me puse a llorar porque no me dejaban bajar pensando que ya había llegado a Medellín.  De todas estas y otras memorias, la que siempre he tenido y tendré más presente es “El llanero solitario.”  Esta era mi serie de televisión (ya vieja para la época en la que yo veía) favorita.  Me acuerdo del antifaz que yo siempre llevaba, de mi correa y revólver, y de cómo intentaba imitar la música que se usaba cuando el llanero estaba montado en “Plata” corriendo a toda velocidad.  Esta serie fue mi primer contacto con el oeste norteamericano.  Todavía no estaba contaminado de los estereotipos que Disney traería unos años después (por lo menos para mi).  Acá el llanero tenía un compañero indio de nombre Toro, aunque hace unos años, cuando me vine a vivir a los Estados Unidos, me enteré que su verdadero nombre era “Tonto.”
En unos pocos días sale una nueva película de esta serie, y aunque admito que tengo cierto temor que no colme mis expectativas, la veré con gran gusto, pues la calidad de la película no importa, lo que vale para mí es que cuando vaya a ver la película, mi cuerpo estará sentado en el teatro, pero en mi mente, yo estaré en Cartagena, en 1977, sentado frente a un televisor en blanco y negro, con un antifaz y con un revólver de juguete al lado.