Monday, March 8, 2010

El cartero


Cuando quiero pensar en lo que habría hecho diferente en mi vida, muchas cosas se me vienen en la cabeza. Me habría gustado ser pintor, o músico, o ser el dueño de una librería que venda libros (valga la redundancia) de segunda, o trabajar de mesero en un café como el Tortoni en Buenos Aires. Pero de todas estas profesiones, que me supongo nunca tendré, hay una que se destaca, el ser cartero. Mi amor a esta profesión llegó a su punto más alto cuando vivimos en Chile en 1989 y siempre recibíamos con ansia a aquel hombre (de quien nunca supe su nombre), quien nos traía noticias de Colombia. Luego que volvimos a Medellín, el cartero era un ser invisible, impersonal, que dejaba las cartas en la portería, para que el portero (valga nuevamente la redundancia) después de hacer un gran escrutinio (leer las carta y postales) nos haría llegar la correspondencia que no era tan abundante como cuando vivíamos en Chile. Hoy en día el cartero, el que yo idealizo, casi no existe. Este ser (si se le puede llamar así) corresponde a un servidor de Hotmail, Yahoo o Gmail (entre otros) en algún lugar del mundo. Pero esta no es la profesión que me gustaría tener, yo quisiera ser un cartero de los tradicionales. Me gustaría ser el cartero que le entregue la carta tan ansiada al protagonista de El coronel no tiene quien le escriba; o ser el Mario Ruoppolo que le lleva las cartas a Neruda durante su exilio en Il Postino; o ser el Gordon Krantz que, a través del transporte de cartas, revive la ilusión de una población pos-apocalíptica que ya ha perdido la esperanza en The Postman. Sí... me hubiera gustado ser un cartero, pero no con el que me molestaban cuando estaba en el colegio, no me gustaría ser el cartero de Tangamandapio.