Wednesday, July 16, 2008

El final de un día de trabajo

En tu contrato, el cual firmaste sin saber inglés a la semana de haber llegado, se podía leer que trabajabas lunes, miércoles y viernes desde las cuatro de la tarde hasta el cierre. Decía así “cierre”, porque podía ser cualquier hora, y esto lo comprobaste con tu primo el primer día de trabajo, porque cuando la cafetería cerró a las siete de la noche, te diste cuenta que el trabajo duro apenas estaba por comenzar. Había una cantidad incontrolable de ollas, y todo tipo de utensilios para lavar. Cuando miraste a tu primo, pudiste darte cuenta que el desconsuelo era total para ambos. No había otra alternativa que comenzar a mojar, enjabonar, poner en desinfectante y por último guardar cada una de las ollas y utensilios que pasaban por sus manos. Después de un tiempo, y sin darte cuenta, viste cómo, poco a poco, iba disminuyendo la pila de objetos para lavar. No te habías dado cuenta cuando ya estabas colgando los guantes, los cuales te quedaban bastante grandes, dejando el delantal en tu casillero y recogiendo la comida que habías comprado. Estabas contento porque habías terminado, aunque sabías que tenías que volver dos días después.

El lunes pasado me acordé de todo esto que te cuento porque después de tres años mandé mi último capítulo de la tesis. Soy conciente que habrá correcciones, ampliaciones, y quien sabe cuantas otras cosas más, pero el simple hecho de mandarlo en el correo, me hizo sentir algo similar a cada una de esas noches cuando terminabas de lavar platos un poco después de las ocho de la noche. Vos sabías que tendrías que volver a lavar dos días después, y yo sé que tendré que seguir escribiendo, corrigiendo, ampliando, etc… pero la sensación es increíble, ¿no te parece?

Thursday, July 3, 2008

Libertad

Ayer me acordé de vos.

Pensé en aquella noche del martes 13 de marzo de 1992. Me acuerdo cuando recibimos la llamada. Me acuerdo cuando mis papás se fueron para el apartamento de mi tío para discutir la situación. Mis hermanos y yo nos quedamos solos, sin hablar el uno con el otro sobre lo que estaba pasando. Al siguiente día, como de costumbre, recogí a Víctor camino a la universidad, nuestro viaje transcurrió en un silencio total. Sólo fue hasta cuando estábamos casi en la portería de EAFIT que Víctor habló y, sin esperar ninguna respuesta, desahogó toda la rabia e impotencia que sentía.
Me acuerdo que el tiempo iba pasando y era muy poco lo que sabíamos de vos. Hubo una misa en tu casa, y yo fui. Me partía el alma ver a tus papás y a tus hermanos. Me hubiera gustado hablar más con ellos, pero no sabía qué decirles, tenía miedo que cualquier pregunta que hiciera les afectara más.
A tu novia de aquel entonces la dejé de ver después de un tiempo en la universidad. Luego me dijeron que su familia se había ido de Medellín. Por lo que cuentan, ella estuvo presente cuando te llevaron. Habías ido con ella a recoger a tu hermano en el club de tenis. A la salida los estaban esperando y después de un forcejeo te metieron a vos en un taxi y, a tus veinte años, te quitaron la libertad.
Era muy poco lo que se sabía de las negociaciones. La familia completa tenía miedo. Todos andábamos paranoicos pensando en quien podía ser el o la siguiente. El resto de tus hermanos se habían ido de Medellín. De vez en cuando veíamos a tus hermanos mayores. Mi papá hablaba con cierta frecuencia con tu papá. Tu caso era conocido en la universidad y algunos de mis compañeros me identificaban por vos.
El tiempo seguía pasando. Se comenzaron a publicar anuncios con clave en el periódico con la esperanza que vos los leyeras y que supieras que todos te estábamos pensando y que estábamos esperando tu pronta liberación. Después nos enteraríamos que nunca los leíste, y que esos mensajes más que para vos, eran para nosotros, para sentir que estábamos haciendo algo por vos. Recuerdo que mi mamá los había recortado todos.
El domingo 13 de septiembre, en la feria, nos encontramos con tu papá. Él le dijo a mi papá que las cosas parecían estar cada vez más embolatadas. Esa misma tarde tu papá llamó y yo contesté. Pasó mi papá. Vos estabas libre.
Cuando llegamos a tu casa había muchísima gente. Todos nos abrazábamos mientras esperábamos a que salieras de la ducha. Por lo que me contaron, no pudiste afeitarte en los seis meses que estuviste secuestrado. También fue muy poco lo que viste la luz del sol en ese tiempo. Cuando saliste la algarabía fue total. Todos llorábamos mientras uno a uno te íbamos saludando. Cuando llegaste a mí, me abrazaste y me dijiste: “quiubo primario”. Seguiste a la siguiente persona que ahora no me acuerdo quien era, pero lo que sí me acuerdo es que mientras te ibas, yo dejé mi mano en tu espalda, quería tocarte, saber que podía hacerlo porque ya estabas libre.

Ayer cuando la vi salir del avión me puse a llorar. Sentí algo muy similar a lo que sentí cuando te soltaron a vos. Me daba envidia de todos aquellos y aquellas que la abrazaban. Me hubiera gustado tocarla, sentirla libre.

Friday, May 23, 2008

La casa

Probablemente seré un ingrato, pero yo no siento por mi ciudad natal la misma nostalgia que vos sentís por la tuya. No sé que tanto tenga que ver la manera como me educaron, pero yo siempre crecí con un miedo a la ciudad. Me acuerdo que sólo fue hasta que ya era un adolescente que me dejaron tomar un bus de servicio público solo. Me acuerdo que nunca podía quedarme en el colegio en actividades extracurriculares porque después era un problema para volver a casa y mis papás no querían que yo tomara dos buses para venirme solo desde el colegio. Cuando nos fuimos a vivir a Chile, fue cuando comencé a montar solo en bus y ahora que lo pienso, fue de las primeras veces que comencé a caminar con tranquilidad. Sin tener que mirar para todos los lados con el temor que alguien me estuviera siguiendo para robarme o algo. Como en todas partes, en Viña del Mar y Valparaíso era poco lo que se podía hacer cuando tenía quince años. Pero los fines de semana un buen amigo y yo pasábamos todo el tiempo caminando por el centro. Luego nos íbamos caminando hasta mi casa a la media noche. No me acuerdo de haber tenido miedo, y tampoco me acuerdo que mis papás se hubieran enojado conmigo por haberme quedado por fuera hasta tan tarde o por no haber avisado que me demoraba en llegar. Algo que pasaba con bastante frecuencia en Colombia. En Chile montaba en bus todo el tiempo, me sabía las rutas y los horarios. En Colombia me sabré dos o tres rutas. Por eso cuando volví a Viña después de exactamente quince años, pude encontrar con cierta facilidad la casa en que viví. Desde allí tomé la misma ruta de autobús para Valparaíso que tomé durante los seis meses que viví allí, y bajarme en la misma esquina que lo hacía para llegar al colegio en que estudiaba. Caminé con Katie por las mismas calles de Valparaíso de antes, y hasta tomamos uno de los famosos ascensores de los cerros por los que llevé a mi mamá y a mi abuela cuando aun vivíamos allá. Ahora que te escribo ésto, me pongo a pensar que Viña y Valparaíso fueron las primeras ciudades en las que me sentí libre, en las que no tenía presiones de mis papás por mantenerlos al tanto de lo que estaba haciendo, fueron las primeras ciudades en las que no me acuerdo de haber tenido que mirar para atrás con temor a que alguien me estuviera siguiendo.
Yo considero mi casa el lugar donde me siento cómodo. Muy seguramente es algo psicológico, y paranoia mía, pero yo cuando estoy en Colombia siempre me siento perseguido. Hablo con los taxistas por miedo a que me vayan a hacer algo, miro constantemente a todos los lados, y tomo el metro más que por lo conveniente que pueda ser, porque me siento un poco más seguro que en un bus o en un taxi.

Monday, April 7, 2008

El cumpleaños

Después que se deja de ser niño, para mí, los cumpleaños se me hacen más deprimentes que otra cosa. Me pongo a pensar si en realidad ha valido la pena mi vida en ese año. Si lo que he hecho ha servido de algo, o si simplemente viví un año más sin aportar mucho y sin aprender nada. Esta mañana cuando me levanté y tomé café después de casi una semana sin hacerlo, estaba pensando en ello. Este café sería, secretamente, mi propio regalo de cumpleaños. El año pasado fue un iPod, esta vez fueron dos tazas de café. No está mal, ¿cierto? Después se nos ocurrió que para aprovechar el día tan bonito podríamos ir a elevar una cometa. Todo este proceso se retrasó debido a que vos, cuando yo no lo quería, te tomaste una siesta de tres horas. Cuando te levantaste, nos arreglamos, compramos la cometa y nos fuimos a un parque con pocos árboles. Yo hacía más de 15 años que no elevaba una, pero el viento hizo que todo fuera super fácil. Las primeras veces la cometa se nos cayó, pero después de un poco de práctica la cometa se mantuvo en el aire hasta que la guardamos.
Después de un rato querías dar una vuelta por el parque y te fuiste con tu mamá mientras yo me quedé elevando la cometa. Al tener la cometa en el aire, me puse a pensar en Al pie de la ciudad de Mejía Vallejo. En este libro las cometas son una de las pocas alegrías que los niños de los tugurios tiene. Ellos disfrutan cómo éstas se elevan por los aires y, de cierta manera, se liberan de la opresión de la ciudad:
Las fabrican de hojas de periódicos, o rebuscan en las tipografías tiras inservibles de papel. Sobre la ciudad se ven las cometas del suburbio. Más altas que los edificios públicos, que las iglesias más altas, que el Obelisco, que las torres. Y los niños están contentos porque algo de ellos sube tan arriba, sobre la misma ciudad. Semiabierta la boca desdentada, el Viejo palmotea viendo las encumbradas cometas colear y subir cielo arriba. Los otros ríen porque lo ven y porque están contentos”. (17)
Luego volviste y me dijiste que querías que te llevara a ver el agua. Fuimos a la quebrada dentro del parque, mientras era tu mamá quien se quedaba con la cometa. Luego de caminar un rato llegamos y nos sentamos los dos en una piedra mientras veíamos el agua pasar. Fue un silencio espectacular interrumpido sólo por el sonido del viento y del agua chocando con las rocas. No te lo dije, pero quise que ese momento se congelara en el tiempo y poder disfrutarlo más. Pero aunque no sucedió, creeme que está guardado en mi memoria, y ya está acá escrito. Después nos volvimos donde tu mamá y nos fuimos a comer.
Hace un rato me puse a pensar en mi cumpleaños, y en lo bien que la pasé hoy con vos y tu mamá…No puedo esperar a que sea mañana para salir del trabajo, recogerte, comer, y para que vamos con tu mamá a elevar la cometa, caminar por el parque y sentarnos al lado de la quebrada para escuchar el sonido que produce el agua al chocar con las rocas…sonido que será interrumpido con tu pregunta si podés tocar el agua.

Monday, March 24, 2008

Las tres veces que dejaste de ser vos

Te levantarás a las 6:00 de la mañana del próximo jueves, para arreglarte, dejar el café listo para tu esposa y dejar a tu hijo vestido y viendo Curious George. Llegarás al parqueadero a las 7:00 de la mañana y unos pocos minutos después estarás en la estación del tren para tomar a las 7:31 el 300 Lincoln Service que te llevará a la ciudad. En ese momento te encontrarás a sólo dos horas de, nuevamente, dejar de ser vos.

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La primera vez ocurrió en 1986. Sólo tres años antes habías quedado campeón del torneo interno de fútbol cuando, en la final, tu equipo ganó 1-0. El gol fue tuyo. En aquel entonces jugabas de centro delantero. En el año que te digo, ya no jugabas adelante, sino de defensa central. Este año tu equipo no llegó a la final. Este mismo año, uno de los que fuera amigo tuyo, empezó a decir que vos eras “el malo con más fama en el colegio”.

La segunda vez ocurrió en 1994. En febrero de ese año viajaste con toda tu familia a Bogotá. Lo que más te afecto fue la manera cómo te tocó dejar las cosas en Medellín. Estabas comenzando tu quinto semestre en la universidad, pudiste despedirte de muy pocas personas (por motivos de seguridad) y sentiste que habías dejado todo a medias. Ese primer semestre no pudiste estudiar. Lo que yo pienso que hizo más complicada tu adaptación a la nueva ciudad. En el segundo semestre del año comenzaste la universidad. Ese primer semestre fue bien difícil pues tuviste que cambiar de carrera, no conocías a nadie, y además, como entraste transferido, estabas tomando materias de primer, segundo, tercer y cuarto semestre. No tenías amigos y este semestre te diste cuenta que el sentimiento de los paisas a los rolos era muy bien correspondido. Lo único que hiciste, además de deprimirte, fue estudiar. Volviste a Medellín después de unos años. Tus familiares y amigos se burlaron de tu acento “rolo”, y los que fueran tus compañeros de clase se sentían superiores a vos, pues habías cambiado de carrera.

La tercera vez ocurrió entre los años 2000 y 2002. Te fuiste a vivir a otro país. Tu plan era aprender el idioma y luego hacer una maestría. Por razones que ni vos ni yo podemos entender aún, cumpliste la primera parte de tu plan, pero no la segunda. Nuevamente cambiaste de carrera.
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Llegás a Union Station. Cuatro cuadras te separan del edificio. Comprás un café y salís caminando.

Monday, March 10, 2008

El 19 de abril

Aquella mañana cuando me levanté, tu mamá me miró y me dijo que ya habían comenzado las contracciones. No sabía si debería quedarme en casa o ir a tomar mi cuarto examen del doctorado. Al final nos decidimos por la segunda opción y en medio de los nervios, después de tres horas, pude escribir quince hojas sobre Mejía Vallejo que me servirían unas semanas después para pasar mi examen oral y definitivamente dejar atrás mis exámenes de doctorado. Tu mamá estuvo prácticamente todo el día con las contracciones y sólo hasta las once de la noche nos fuimos al hospital. Te vi nacer luego de tres horas, a las dos y cinco de la mañana. Estaba tan nervioso que sólo después de tres intentos pude cortar tu cordón umbilical para que los doctores pudieran comenzar a limpiarte. No te imaginás lo nervioso que estaba porque a mi lado derecho estaba tu mamá a quien estaban cosiendo, y vos, a mi lado izquierdo, estabas rodeado de médicos. Pensé que no estabas vivo, pero apenas orinaste a los doctores me di cuenta que estaba equivocado. Te envolvieron en una cobija blanca y te llevaron al cuarto donde tenían a los recién nacidos. Yo fui con vos y la enfermera. Cuando llegamos al lugar te pusiste a llorar, y yo te comencé a hablar, me miraste a los ojos (lo poco que los podías abrir), y te calmaste. Me sentí papá. Fue una sensación increíble, y que nunca imaginé sentir. Ese mismo día que naciste recibí una llamada de una universidad en la que me ofrecían un trabajo. El dicho que “cada hijo viene con un pan debajo del brazo”, se cumplió literalmente con vos. Hace un rato estabas llorando porque no te querías acostar, yo fui a tu cuarto, te cobijé y me acosté al lado tuyo y te calmaste. Me hiciste sentir la misma sensación de hace casi tres años. Me quedé un rato con vos disfrutando el momento, y apenas salía me dijiste, medio dormido ya, “te quiero”. Y por eso estoy acá, escribiéndote esto, porque yo también te quiero.

Thursday, February 7, 2008

Claro de luna

Como es costumbre en los inviernos del medio oeste norteamericano, ese sábado estaba cayendo una pequeña llovizna que las bajas temperaturas congelaban. Nuestro recorrido desde el estacionamiento hasta el auditorio fue toda una odisea en la que agarrándonos el uno al otro intentábamos no resbalar. Apenas entramos al edificio, dejé toda mi frustración a un lado al ver una buena cantidad de personas esperando a que comenzara el concierto. Vimos a algunos de sus amigos y amigas, y a los que me supongo serían algunos de sus profesores. Fue emocionante ver tanta gente un sábado a las once de la mañana con un clima tan desastroso. Después de hablar con algunos de los asistentes nos sentamos en primera fila. Yo no podía esperar más. Fue entonces cuando él salió, elegante, hizo una reverencia al público y se sentó en frente de un piano que brillaba inmaculablemente. Yo cerré mis ojos y con su música me transporté al pasado, recordé lo difícil que fue para mi acostumbrarme a ser un padre, un esposo, en terminar mi tesis, en todas las veces que sacrifiqué tiempo en el que pude haber jugado con él, porque tenía que sentarme en frente de mi computador para tener un diálogo con el alma de Mejía Vallejo. Todas estas y muchas memorias se vinieron a mi cabeza hasta que empezó a tocar la sonata “Claro de luna” de Beethoven. En ese momento comencé a llorar y no paré hasta que terminó de tocarla porque fue entonces cuando me di cuenta que TODO había valido la pena.

Wednesday, January 9, 2008

Quimulá

Hace un tiempo me preguntaste lo que era Quimulá pero se me había pasado responderte. El término lo leí por primera vez en la novela La tierra éramos nosotros del escritor colombiano Manuel Mejía Vallejo que fue publicada en 1945. Dentro de esta novela Quimulá es el nombre que recibe un árbol de la región, del que se dice que fue el lugar donde “lloró el último cacique indio, el de Pipintá, que murió de rabiosa nostalgia” (TEN, 25). Es en este árbol donde se han dado lugar los más importantes eventos de la región, como lo indica Bernardo, protagonista de la novela: “Allí fue muerta la serpiente más grande de que se tenga noticia, guardián de inviolables secretos. Allí fueron concebidos muchos hijos con el ardor sencillo de los campesinos. Allí se concertaban desafíos, citas amorosas, aprendizajes de esgrima y jugarretas” (TEN, 25).