Thursday, February 25, 2010

La casa de la 33



Siempre me he considerado de una familia de nómadas. Desde que tengo memoria nos hemos mudado de casa, en promedio, cada tres años. Yo, de adulto, he seguido esa tradición; es así cómo en los últimos diez años, no he vivido en el mismo lugar por más de tres años. Cuándo era joven, pensaba que nuestros cambios se decidían arbitrariamente, casi sin pensarlo. Hoy he cambiado de opinión, y me doy cuenta que hay muchos factores que influyen en estos cambios y que no son decisiones tan arbitrarias como lo pude haber pensando hace veinte años. Es así como las casas o los apartamentos donde vivimos iban y venían, una que otra memoria se quedaba, pero nuestras vidas continuaban.

Sin embargo, esto no sucede con la casa de la 33. Mis papás la compraron en 1982 y estuvimos allí hasta 1988. La casa tenía diferentes niveles, un garaje con puerta automática (lo que fue toda una novedad), tenía un zarzo (del cuál creamos leyendas de monstruos que dormían allí durante el día y salían durante la noche), y tenía un patio gigante (para mi edad), que se convertiría, por años, en una cancha de fútbol. Me acuerdo de partidos jugados con primos y amigos. Luego, mi papá hizo construir un asador, donde cocinábamos casi todos los sábados, y hasta me acuerdo que mi mamá pinto chorizos, chuzos, carnes, arepas y, para nuestra dicha, les puso precio a cada uno de ellos. Este asador se convirtió en una de las porterías de nuestra idealizada cancha de fútbol. Esta casa también tenía una pajarera, que luego se transformaría en una casa de muñecas, y durante los diciembres sería el lugar donde armaríamos el pesebre.

Dejamos la casa por motivos de seguridad. Un domingo por la tarde/noche se intentaron entrar los ladrones, y sin importar las rejas que se pusieron a la entrada, nos mudamos a un apartamento, más pequeño, con menos cuartos y sin una cancha de fútbol. Cuando me era posible, siempre intentaba pasar por la casa, y en cuestión de segundos, tratar de revivir todas aquellas memorias de los seis años que vivimos allí.

Hace cuatro años, cuando estuve en Medellín, volví a pasar por el frente de la casa, que ya no es una casa, sino un almacén de muebles. En la transformación de casa a almacén, tumbaron algunos de los muros que daban a la calle y pusieron vidrios que permiten ver no sólo los muebles que se quieren vender, sino el interior de algunos de los cuartos. Inicialmente sentí nostalgia por la casa que ya no es, pero después, con calma, pude disfrutar mirando y recordando el interior del que fuera mi cuarto.