Monday, March 24, 2008

Las tres veces que dejaste de ser vos

Te levantarás a las 6:00 de la mañana del próximo jueves, para arreglarte, dejar el café listo para tu esposa y dejar a tu hijo vestido y viendo Curious George. Llegarás al parqueadero a las 7:00 de la mañana y unos pocos minutos después estarás en la estación del tren para tomar a las 7:31 el 300 Lincoln Service que te llevará a la ciudad. En ese momento te encontrarás a sólo dos horas de, nuevamente, dejar de ser vos.

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La primera vez ocurrió en 1986. Sólo tres años antes habías quedado campeón del torneo interno de fútbol cuando, en la final, tu equipo ganó 1-0. El gol fue tuyo. En aquel entonces jugabas de centro delantero. En el año que te digo, ya no jugabas adelante, sino de defensa central. Este año tu equipo no llegó a la final. Este mismo año, uno de los que fuera amigo tuyo, empezó a decir que vos eras “el malo con más fama en el colegio”.

La segunda vez ocurrió en 1994. En febrero de ese año viajaste con toda tu familia a Bogotá. Lo que más te afecto fue la manera cómo te tocó dejar las cosas en Medellín. Estabas comenzando tu quinto semestre en la universidad, pudiste despedirte de muy pocas personas (por motivos de seguridad) y sentiste que habías dejado todo a medias. Ese primer semestre no pudiste estudiar. Lo que yo pienso que hizo más complicada tu adaptación a la nueva ciudad. En el segundo semestre del año comenzaste la universidad. Ese primer semestre fue bien difícil pues tuviste que cambiar de carrera, no conocías a nadie, y además, como entraste transferido, estabas tomando materias de primer, segundo, tercer y cuarto semestre. No tenías amigos y este semestre te diste cuenta que el sentimiento de los paisas a los rolos era muy bien correspondido. Lo único que hiciste, además de deprimirte, fue estudiar. Volviste a Medellín después de unos años. Tus familiares y amigos se burlaron de tu acento “rolo”, y los que fueran tus compañeros de clase se sentían superiores a vos, pues habías cambiado de carrera.

La tercera vez ocurrió entre los años 2000 y 2002. Te fuiste a vivir a otro país. Tu plan era aprender el idioma y luego hacer una maestría. Por razones que ni vos ni yo podemos entender aún, cumpliste la primera parte de tu plan, pero no la segunda. Nuevamente cambiaste de carrera.
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Llegás a Union Station. Cuatro cuadras te separan del edificio. Comprás un café y salís caminando.

Monday, March 10, 2008

El 19 de abril

Aquella mañana cuando me levanté, tu mamá me miró y me dijo que ya habían comenzado las contracciones. No sabía si debería quedarme en casa o ir a tomar mi cuarto examen del doctorado. Al final nos decidimos por la segunda opción y en medio de los nervios, después de tres horas, pude escribir quince hojas sobre Mejía Vallejo que me servirían unas semanas después para pasar mi examen oral y definitivamente dejar atrás mis exámenes de doctorado. Tu mamá estuvo prácticamente todo el día con las contracciones y sólo hasta las once de la noche nos fuimos al hospital. Te vi nacer luego de tres horas, a las dos y cinco de la mañana. Estaba tan nervioso que sólo después de tres intentos pude cortar tu cordón umbilical para que los doctores pudieran comenzar a limpiarte. No te imaginás lo nervioso que estaba porque a mi lado derecho estaba tu mamá a quien estaban cosiendo, y vos, a mi lado izquierdo, estabas rodeado de médicos. Pensé que no estabas vivo, pero apenas orinaste a los doctores me di cuenta que estaba equivocado. Te envolvieron en una cobija blanca y te llevaron al cuarto donde tenían a los recién nacidos. Yo fui con vos y la enfermera. Cuando llegamos al lugar te pusiste a llorar, y yo te comencé a hablar, me miraste a los ojos (lo poco que los podías abrir), y te calmaste. Me sentí papá. Fue una sensación increíble, y que nunca imaginé sentir. Ese mismo día que naciste recibí una llamada de una universidad en la que me ofrecían un trabajo. El dicho que “cada hijo viene con un pan debajo del brazo”, se cumplió literalmente con vos. Hace un rato estabas llorando porque no te querías acostar, yo fui a tu cuarto, te cobijé y me acosté al lado tuyo y te calmaste. Me hiciste sentir la misma sensación de hace casi tres años. Me quedé un rato con vos disfrutando el momento, y apenas salía me dijiste, medio dormido ya, “te quiero”. Y por eso estoy acá, escribiéndote esto, porque yo también te quiero.