Friday, May 23, 2008

La casa

Probablemente seré un ingrato, pero yo no siento por mi ciudad natal la misma nostalgia que vos sentís por la tuya. No sé que tanto tenga que ver la manera como me educaron, pero yo siempre crecí con un miedo a la ciudad. Me acuerdo que sólo fue hasta que ya era un adolescente que me dejaron tomar un bus de servicio público solo. Me acuerdo que nunca podía quedarme en el colegio en actividades extracurriculares porque después era un problema para volver a casa y mis papás no querían que yo tomara dos buses para venirme solo desde el colegio. Cuando nos fuimos a vivir a Chile, fue cuando comencé a montar solo en bus y ahora que lo pienso, fue de las primeras veces que comencé a caminar con tranquilidad. Sin tener que mirar para todos los lados con el temor que alguien me estuviera siguiendo para robarme o algo. Como en todas partes, en Viña del Mar y Valparaíso era poco lo que se podía hacer cuando tenía quince años. Pero los fines de semana un buen amigo y yo pasábamos todo el tiempo caminando por el centro. Luego nos íbamos caminando hasta mi casa a la media noche. No me acuerdo de haber tenido miedo, y tampoco me acuerdo que mis papás se hubieran enojado conmigo por haberme quedado por fuera hasta tan tarde o por no haber avisado que me demoraba en llegar. Algo que pasaba con bastante frecuencia en Colombia. En Chile montaba en bus todo el tiempo, me sabía las rutas y los horarios. En Colombia me sabré dos o tres rutas. Por eso cuando volví a Viña después de exactamente quince años, pude encontrar con cierta facilidad la casa en que viví. Desde allí tomé la misma ruta de autobús para Valparaíso que tomé durante los seis meses que viví allí, y bajarme en la misma esquina que lo hacía para llegar al colegio en que estudiaba. Caminé con Katie por las mismas calles de Valparaíso de antes, y hasta tomamos uno de los famosos ascensores de los cerros por los que llevé a mi mamá y a mi abuela cuando aun vivíamos allá. Ahora que te escribo ésto, me pongo a pensar que Viña y Valparaíso fueron las primeras ciudades en las que me sentí libre, en las que no tenía presiones de mis papás por mantenerlos al tanto de lo que estaba haciendo, fueron las primeras ciudades en las que no me acuerdo de haber tenido que mirar para atrás con temor a que alguien me estuviera siguiendo.
Yo considero mi casa el lugar donde me siento cómodo. Muy seguramente es algo psicológico, y paranoia mía, pero yo cuando estoy en Colombia siempre me siento perseguido. Hablo con los taxistas por miedo a que me vayan a hacer algo, miro constantemente a todos los lados, y tomo el metro más que por lo conveniente que pueda ser, porque me siento un poco más seguro que en un bus o en un taxi.