Tuesday, January 18, 2011

Los días felices del invierno

Al haber nacido en un país tropical, en el que sólo se puede ver la nieve en las películas o si se viaja a algunos de los nevados ubicados en diferentes regiones del país, para mí la nieve fue algo maravilloso cuando llegué al norte de los Estados Unidos. Es así como tengo una relación de amor y de odio con estos pequeños copos blancos que caen durante el invierno. El ver caer la nieve con sus infinitas formas es un fenómeno natural que cualquiera debe disfrutar. Mientras sucede es un deleite. Los problemas se encuentran cuando tenés que limpiar la entrada a tu casa, o desenterrar tu carro que está sepultado después que ha nevado por varias horas, o conducir por carreteras que no han sido limpiadas completamente. Es en estas situaciones en las que mis sentimientos hacia la nieve cambian. Aunque debo aclarar que esta relación llega a su momento más alto, cuando salgo a disfrutarla con Ben y Elena.





Porque aunque los inviernos siempre son fríos, llenos de enfermedades, de cuentas de calefacción altas, y de muchos otros inconvenientes, cada que salgo a jugar en la nieve, olvido todas estas molestias. Porque cuando hacés esto, se puede convertir en uno “de los pocos días felices de aquel invierno,” como se lo dijera Pablo en una de sus cartas a Katherine.