Tuesday, April 10, 2012

Amor amarillo (Primera entrega)

Estimado lector,
Antes que nada quiero agradecer todos los mensajes de aliento y preocupación que me fueron enviados en los últimos seis meses.  Nada más reconfortante que abrir mi correo electrónico después de tanto tiempo y encontrarme rodeado de cariño.
Quiero también informar que "La paradoja del abuelo" no fue una creación mía.
Un gran saludo y acá los dejo con "Amor amarillo"... no se alcanzan a imaginar lo bueno que es estar de vuelta.
Q.



El comienzo
A Lisa la conozco desde hace más de quince años, casi dieciséis.  Yo nací, mirando al Pacifico, en la Clínica Reñaca, el martes 11 de septiembre de 1973.  Ella nació, muy cerca al Atlántico, el miércoles 24 de marzo de 1976.  Curiosamente, yo vivía en el Gran Buenos Aires,  en un apartamento en la calle Centenario muy cerca de la estación Beccar  cuando Lisa nació.  Mis padres salieron huyendo de una dictadura militar para encontrarse con otra en la Argentina.  Fue después de estos eventos que llegamos a Colombia el miércoles 9 de agosto de 1978.  Con apenas cinco años, yo ya había vivido en tres países en ninguno de los cuales vivo hoy en día.

En Colombia vivimos en Medellín.  En un apartamento cerca al estadio de fútbol.  Recuerdo el ambiente festivo que se sentía cada domingo y la vibración cada que había gol.  Cuando pequeño, nunca necesité de un radio para saber cuando mi equipo anotaba un gol.  Aunque no teníamos familiares en la ciudad (incluso el país) nuestros vecinos se convirtieron en nuestra familia.  Los sábados nos reuníamos en la casa de uno de ellos, y mientras nuestros padres conversaban, nosotros jugábamos.  Ahora que lo pienso, creo que tuve una niñez alegre.  

Mis problemas con los vecinos comenzaron en nuestra juventud, cuando nuestro interés por las mujeres nos hizo dejar la amistad de lado y convertirnos en enemigos.  Nuestros padres estaban devastados cuando esto ocurrió.  Por nuestras peleas, las reuniones de los sábados se habían convertido en situaciones incómodas a las que cada vez menos personas venían, hasta que un sábado, nadie vino a la casa de mis padres y, desde ese día, nunca más nos reunimos.  

Ante mis presiones, nos mudamos a un barrio en el que ya no escuchaba los gritos del estadio, y donde vivíamos en edificios que a su vez estaban encerrados por mallas con un control de seguridad.  Había jóvenes de mi edad en la urbanización (así les llamaban en Colombia), pero nunca quise tener una amistad cercana con ellos.  Sí nos hablábamos, de vez en cuando nos juntábamos a ver una película, un partido de fútbol, a comer pero nada más de eso.  Años después me enteraría que mis papás siempre estuvieron preocupados por el ensimismamiento en el que vivía.  Su preocupación cambió en mi primer semestre en la universidad.

Continuará

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